De Música

Cantar es tocar con la voz. Percutir es jugar con las manos.

AUTOR: Carolina Silva Lurduy

FECHA DE PUBLICACIÓN: 14-04-2021

 

De la serie músicas y cantautoras colombianas- Teusaquillo:

Catalina Ávila percutir, crear y experimentar con las entrañas.

 

Siguiendo con el rumor que nos dejan las caminatas, la cara tersa en el fuerte viento, las lluvias de abril, la piel un poco roja, marcada o entrecortada por la tozudez del aire, las hojas y el polvo que se alza de una ciudad furiosa, ávida por el tiempo, las grandes distancias, el síndrome de la productividad. Y en medio de todo eso, la calma de una caminata que implica meditar, pensar con rezagos de brisa en el tacto, tocar con las manos las piernas y mover con cierto vaivén las caderas mientras se camina al ritmo de un  metrónomo o tal vez en contratiempo. Percutir con los dedos de las manos, sentir la cintura en la comisura del pantalón, volver a pensar en lo pendiente, lo que nos aqueja o perturba, lo que nos alivia también; volver a sentir el viento, la lluvia, la tierra, volver a percibir como se despierta el petricor.

 

En esta caminata Catalina Ávila inspira calma. Mientras habla pausada y va contando cómo llegó a la música, a las artes, al teatro, respira y mira alrededor y al lado, un poco más allá; camina e inspira con sus historias creativas, es vivaz y arranca porque a la vez no para. Va de aquí para allá armando y desarmando cosas, aprendiendo-desaprendiendo el latir de cada instrumento, preguntando y explorando los diversos ritmos del mundo.  Catalina camina un poco más rápido, no para porque sabe que no puede hacerlo, quiere explorarlo y saberlo todo, crear, hacer, componer, desarmar, volver a hacer y volver a experimentar. Lo sabe y por eso vuelve a llamar la calma.

De vez en cuando salta de sus pequeños instrumentos y de su estudio casero a las  caminatas y a la naturaleza, recuerda cómo en una época atravesaba el barrio la Soledad y paseaba por la avenida 28, el Parkway, subía a la 16, contemplaba los árboles de la 32, las casas antiguas, los pequeños parques que se van entreviendo.

Recuerda el sonido de los tambores, de los alegres y la tabla india que aprendió desde muy chica, en las búsquedas espirituales por corrientes místicas y la música devocional.

 

 

Catalina como EFILÁ huele el petricor, el perfume de los pequeños jardines, el asfalto de las aceras, sabe que en cada pequeña caminata se despierta un sonido, se abre una nueva conjugación que es posible también, transportar a la música. Ella misma llama a la lluvia que percute contra todo, las ramas, los pájaros, las enredaderas, los andenes y sus zapatos, y a la vez se esconde del frío. Recuerda mientras habla conmigo de la localidad que estudió toda su adolescencia en el colegio Santa Clara y que caminaba largos momentos de un lugar a otro por toda la localidad de Teusaquillo, desde Galerías hasta la Soledad, el barrio San Luis; desde La Estrella y las Américas, cerca al Concejo de Bogotá, hasta La Magdalena y el barrio Armenia.

 

Siempre camina en calma, a la vez apurada mientras carga sus baquetas que son sus propias manos. Catalina percute con la voz y sus dedos sus principales instrumentos con los que va de aquí para allá tocando la caja peruana, los timbales, la tabla indú, el alegre, su ukelele o su acordeón. Camina rápido porque huye de lo que La Loca de la Casa va diciendo. Va de aquí para allá pintando y también componiendo, pensando en su propio personaje, porque Catalina también es actriz, aunque ahora, cantautora, juega más bien otro rol en los escenarios. Es ecléctica: arma y produce sus propias canciones, pinta el arte de sus discos y videos , mezcla los ritmos, fusiona, graba todos sus discos en su computador, su celular o su tableta.

 

Desde que decidió lanzarse como cantautora independiente no para, vuela cada día.

 

Encontró la música antes que las artes escénicas que fue el arte que estudió en la academia del Teatro Libre. Cuando en compañía de sus tíos asistía a ceremonias orientales, encontró la música devocional, y con ella la tabla y la mirdanga; luego, siguió aventurando y aunque todo llegaba por azar también todo iba cobrando sentido: tocar y percutir venía en sus venas; crear y experimentar en sus entrañas.

En todas esas reuniones cantaba pero sobre todo tocaba y exploraba con tambores de todas las clases, desde las darbukas de medio oriente hasta el llamador y la tambora de la música del caribe o con los bongos y las congas de la salsa. Estudió sola cada una de las percusiones de diferentes músicas, con videos o con la experiencia ensayo por los ritmos del mundo, queriendo batir todo; batir, como sinónimo de percutir y como palabra de la lengua francesa que significa construir. Poco a poco, en toques aquí y allá, en fiestas, en “chisgas”  con diferentes combos Catalina ha ido consolidando su carrera “con la con el público que es la escena misma y la escuela misma” me afirma, ha ido incursionando cada vez que salta a las presentaciones, a través del tiempo y de la vivencia de la propia música.



Ha incursionado en la música de diversas maneras, como percusionista en el bello disco Músicas en percusión de la serie Instrumentos de Colombia, con la música brasilera en el grupo Cachaquiñas, con el grupo de músicas latinoamericanas Al norte del sur, en solitario con el proyecto independiente de Andrea Echeverry, Ruiseñora y con los reconocidos Aterciopelados donde tocó por varios años la batería, los bongos, congas y diversos instrumentos de percusión.          


Detrás de su voz pausada, de la soltura y frescura de su personalidad existe una Catalina inquieta, valiente, espontánea, enérgica, diligente, vivaz.  Desde el 2016 decidió empezar su propio proyecto musical en solista y desde allí ha emprendido un largo camino como aquel que recorre a diario por montañas, valles, parques de Teusaquillo. Disco que se consolidó con un bello sello personal y la particularidad de su voz, allí empezó a combinar el acordeón, el ukelele, el cajón peruano, la batería, los platillos, el cascabel, la batería y hasta el serrucho con los ritmos del mundo, la canción protesta, la música latinoamericana y su particular voz de tono bajo y grave, redonda, ronca y a veces bronca, melódica y armónica, con las texturas de las cantaoras caribeñas, las del pacífico, las franco-mexicanas como la adorada Lasha de Sela a quien admira tanto y las del tablao español. 

 

 

Si asistimos a los conciertos de Catalina siempre encontramos en el escenario  un despliegue de instrumentos, en el centro la batería en todo su fulgor, redoblantes, bombo, platillos,hit-hat, caja, crash, timbal, cascabeles, su cajón peruano en el que se sienta casi siempre, (recomendada esta versión en el que nos lo presenta en toda su expresión); la acompañan también claves, tarijas, panderetas, timbales,  hasta un serrucho y su permanente y desde muy joven compañera, la darbuka.

 

También hay algo que impacta en la polifonía de Catalina, la mayoría de sus instrumentos de percusión los toca con las manos, hasta la batería. 

En esos conciertos Catalina siempre nos sorprende con su puesta en escena; ella con lentejuelas, canutillos, sombreros y flores, ellos con camisetas de colores, chaquetas y tapabocas  que llevan siempre un mensaje. Nos encontramos siempre con un espectáculo de imágenes, sonidos, luces y color, mucho color, digno de la escenografía, la magia y las esencia de las artes escénicas. Allí escuchamos canciones de su propia autoría sobre el amor, la soledad, el perdón, la muerte, el desapego, la mente, las mujeres y hasta sus grandes amores: los gatos. Y es que Catalina también compone.

Me cuenta que las canciones casi siempre vienen de su pequeño gran mundo, de uno muy íntimo y particular, del mundo que llevamos todos, un mundo infinito, el de los sueños. 

Desde allí aparecen los registros, las voces, los ritmos y sonidos que imprime a sus composiciones. Muchos amaneceres la encuentran cantando cuando se despierta con un sonido entre la garganta y sus dientes que retumba en su mente, con una melodía o una velocidad que le dan sentido a lo que más adelante va mezclando y componiendo.

Desde que se levanta anda cacharriando sus aparatos, sus mezclas, sus borradores o como le llaman las músicas sus maquetas, va de aquí para allá grabando lo que va saliendo, imprimiendo uno que otro golpe de tambor, cajón, caja o mirdanga. 




Su album Origen nació con este proceso creativo en el 2018, Deshojar, la primera canción del álbum nos muestra esa habilidad de Catalina, serrucho, caja china, acordeón, drums, y su voz grave, siempre su particular voz.

 

Sus músicos Guillermo Ospina, Diego Martínez y  José Alemán tres guitarristas, dos con la eléctrica y otro con la acústica acompañan junto con el violonchelo de David Espitia Corredor quien ha permanecido desde que se conformó la banda en el 2017 y en su debut como solista con el álbum Origen. Ellos recorren la exploración de sus caminos por la canción latinoamericana, la mezcla europea de los mares de Andalucía con las montañas de Río o del Sur en Sao Paulo, los vientos de la Patagonia hasta los páramos de Chingaza y la Calera; la montaña, el río, la ranchera, el bolero, la trova, el tango, el rock, el pop, la electrónica…

 

Como hemos hablado durante toda la crónica Catalina no se detiene, la pandemia no iba hacer que esto sucediera. Evidentemente el encierro le ha permitido concentrarse en componer, cantar, interpretar y proyectar sus canciones. Compuso una canción que interpretó en colaboración con Fernanda Takai la canción Todo por decir que habla de mucho de lo que nos ha pasado en la cabeza en estos últimos tiempos, de no poder mirarnos, el encierro, la soledad,  la lejanía con los otros, la nostalgia o tristeza por los que queremos… 

anhelar volver a abrazarnos y hablarnos sin miedo mirándonos a los labios, sí, esos que desaparecieron del rostro que tanto nos identifica. 

 


 

 

Hoy no me quiero ir

sin asomarme a tu ventana

algo vino a morir

aunque los días sin ti

tendrán que terminar

 

 

 

Seguimos en este encierro, intermitente, eterno para algunos aunque parcial para otros. Las artistas no se detienen porque no pueden hacerlo, porque esa calma que expresa Catalina parcialmente también se convierte en la angustia de los días que pasan si no hacemos lo que más da sentido a la vida, lo que la transforma y la crea desde adentro. Por eso, esta emergente cantautora continúa su camino, sus paseos desde los sonidos, la voz, el sueño. Sigue y seguirá inquieta por el conocimiento de nuevos ritmos, nuevos tambores, armonías, tecnologías para componer y grabar sus discos porque nada la detiene.

 

 

Catalina insiste y persiste. Tiene muchos planes para el futuro. Recientemente fue nominada a los Premios Nuestra Tierra  con la canción Macorina que homenajea a Chavela Vargas. También está trabajando en una colaboración de canciones y músicas brasileñas con artistas y músicas de la misma región, y como si fuera poco planea acabar los sencillos de su segundo disco del cual ya tenemos el nombre:

Todo por decir

Del cual les dejamos esta hermosa canción

https://www.youtube.com/watch?v=zVoibPu4eyg&list=PLDZVBVm9vWJOy_jVSzPmyvLSo7Re-l1i8

porque es así, Catalina sigue y va fluyendo, avanza con su energía, sus ganas de hacer, su espontaneidad, sencillez y amor por la música, con sus tambores, su canto, sus sonidos; su arte, su creación que es siempre la que la constituye, la mantiene viva, la configura.

Así es, será y seguirá siendo. 







 

 

 

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Esta crónica hace parte del proyecto Itinerarios Temáticos: arte y cultura resistente en Teusaquillo, ganador de una de las becas Es Cultura Local, Teusaquillo.

 

Es Cultura Local

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